miércoles, 31 de octubre de 2007

Margarita Schraub Ubilla 2

Pololeos de comienzos del siglo

-En la escuela tardamos en conocernos con las otras niñas. Nos mirábamos con recelo en los recreos, hasta que finalmente nos hicimos amigas, por los juegos de entonces. Se jugaba al “luche” y a saltar con la cuerda en los patios. Y, en invierno, para pasar el frío nos hacían gimnasia. Por esos tiempos no había calefacción, todo se abrigaba con leña y con carbón. Carbón blanco y carbón de espino.

-La directora de la Escuela Elemental N° 6 era Carmen Arias de Astudillo. Por esos años bastaba con saber leer, escribir, sumar y restar para considerarse una persona ilustrada y digna de entrar a los salones, donde la sociedad bailaba la mazurca y la cuadrilla. Fue mucho más tarde, cuando ya éramos adultas cuando aparecieron esos bailes de locura: el charlestón, el booguie woogie, el swing. Y la locura fue el remate cuado las radios comenzaron a difundir eso del rock and roll. ¡Qué escándalo! Comparado cn nuestros inocentes juegos de saltar el cordel y brincar los cuadritos en el “luche”. Los apacibles bailes como la mazurca, la cuadrilla y la polca fueron olvidados.

-Para conocernos y relacionarnos, los jóvenes de entonces íbamos a las quintas. Había dos quintas: la Santa Elvira y La Pomona. Allí se iba a tomar té con kuchens y se admiraba la linda ropa que las otras niñas vestían.

-Corrían carritos tirados por caballos. El golpear de las herraduras en el empedrado siempre anunciaba algo: una visita que trastornaba todo. Había que limpiar y ordenar todas las cosas para que la visita se llevara una buena impresión.

-Leíamos “El Peneca” para saber cómo resolvía sus problemas “Quintín El Aventurero”. Y una vez las profesoras de la Escuela Elemental N° 6 nos llevaron a la plaza disfrazadas de indias. Había que esperar la llegada de la banda del Regimiento y nosotras, a pata pelada, saltábamos para abrigarnos. Y yo, con los pies llenos de sabañones.

-Yo llegaba de la escuela y tenía que sacar agua del pozo para regar y preparar tierra para la siembra. Sembrábamos trigo. Y había que cuidarlo, desmalezar y cosechar. Con el tiempo que hubiera debíamos sacarnos el delantar blanco e irnos a labrar la tierra. No había agua potable como ahora en estos tiempos y la calefacción era el brasero. Desde el corredor de la casa vigilaba, con los brazos cruzados, mi abuelita, Elizabeth Fellsbacht de Schraub. Eran duros y hermosos tiempos los de nuestra infancia. Pololear era difícil por esos tiempos, sostiene Margarita Schraub Ubilla, muy difícil y muy mal visto. El hombre, para cortejarla a una debía decirle palabras muy bonitas y escribirle poesías.

-Para verse, el cortejante arrojaba dos piedrecitas al tejado, que era la señal, y una se asomaba a la ventana. Para tomarse las manos, ya la relación tenía que estar ya aprobada por los mayores. Todo se hacía con mucho respeto.

-Llegaba el pololo con su mamá y conversaban con nuestros mayores. Yo estaba alejada por la abuelita para que escuchara lo que se decía. Pero igual pegaba el oído alas cortinas desde otra habitación.

-Se aprobaba el “pololeo” y entonces el cortejante podía ir a la casa una vez por semana. Cuando ello ocurría, la abuela se instalaba a tejer frente a los dos, mirando a través de los anteojos. Después de mucho tiempo el pololo podía invitar a su polola a bailar mazurca a la Pomona o a El Retiro, pero siempre con los mayores presentes. Tengo una prima que se casó en La Pomona con la Banda del Tucapel tocando la música.
Nota:
artículo enviado por Any Peña, de Temuco.

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